miércoles, 5 de agosto de 2009

Las cinco obsesiones de Italo Calvino


Italo Calvino escribe cortando el papel: su afilada escritura muestra el rigor de quien busca obsesivamente el equilibrio en las palabras, en las ideas, en las historias; ese difícil punto donde la balanza sostiene, sin inclinación alguna, al arte y a la ciencia, a la razón y al sentimiento, a la profundidad y a la transparencia.

En Seis propuestas para el próximo milenio, Calvino reflexiona sobre el quehacer literario desde las inquietudes de su propia pluma: se ensaya a sí mismo desde el pensamiento hacia la palabra donde encuentra su refugio, esa “zona de orden”[1] en medio de la entropía del universo que le permite construir, con precisión y sutileza, sus mundos, sus Ciudades invisibles. Calvino se ensaya descifrando a otros a través de su propia búsqueda, explicándolos y explicándose a partir de las cualidades que le son “particularmente caras”[2] en su oficio de escritor y que, sin embargo, son ya seña inequívoca de su literatura: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad.

Estos valores o especificidades de la literatura no son sino el reflejo de esa exigencia por hallar la estructura perfecta, equilibrada, capaz de expresar claramente los complejos entramados de alguna historia imprescindible. Y en ese discurrir entre cita y cita, eludiendo definiciones y caminos rectos, Calvino encuentra la forma más propicia de exponer las delgadas fronteras que separan a estas cualidades de sus opuestos.

Cuando habla de levedad en la escritura lo hace desde el peso, y así nos invita a elevar el lenguaje a “un campo de impulsos magnéticos” donde las palabras -y las historias detrás de las palabras- se deslicen sutiles pero vivas, con la fuerza del aire en movimiento.

Levedad en las imágenes, en el lenguaje y en lo que éste sugiere, lo dicho y lo no dicho, incorporar elementos sutiles e imperceptibles en las descripciones y razonamientos. Exponer la gravedad sin peso, como en Cavalcanti, Cervantes o Shakespeare, donde el drama se disuelve, se aligera, entre la melancolía y el humorismo. Ante la opacidad de este mundo light, donde el verdadero peso está en las ligerezas y los lugares comunes, en la escritura espesa de quienes intentan hallar “lo concreto de las cosas, de los cuerpos, de las sensaciones”[3], Calvino propone despojarnos de esta carga con un lenguaje puntual, capaz de suprimir la densidad de la ambigüedad.“La levedad para mí, nos dice, se asocia con la precisión y la determinación, no con la vaguedad y el abandono al azar.”[4]

Este es el principio de su círculo perfecto: levedad es precisión, claridad, exactitud; exactitud es rapidez, economía en el lenguaje, puntualidad temporal y rítmica, visualización del horizonte; visibilidad es observación atenta del mundo, verbalización del pensamiento y la imaginación múltiple; y multiplicidad es la visión plural donde se entretejen las historias posibles.

Cuando se refiere a la rapidez no lo hace en términos de “aceleración” y, en este sentido, la lentitud no es necesariamente excluyente de esta característica: “el tiempo narrativo puede ser también retardador, o cíclico, o inmóvil. ...el relato es una operación sobre la duración, un encantamiento que obra sobre el transcurrir del tiempo, contrayéndolo o dilatándolo”. Es más un problema de ritmo que de velocidad, del ritmo de los sucesos y de la lógica con que son narrados. “En las narraciones en prosa hay acontecimientos que riman entre sí” y la eficacia del relato estriba en que los hechos se sucedan como rimas en un poema.[5]

Pero la rapidez es sobre todo economía verbal, concisión, exactitud. Y sin embargo, no se contrapone a la digresión: “Rapidez de estilo y de pensamiento quiere decir sobre todo agilidad, movilidad, desenvoltura,”[6] cualidades que pueden llevar a una escritura nerviosa, que salte de un lado a otro, que multiplique el tiempo “como estrategia para aplazar la conclusión”. Pero siempre sostenida por la columna que atraviesa todos los demás valores: la precisión; porque la prosa, como la poesía, debe ser “búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable”.[7]

Así, Calvino expresa la necesaria complementariedad de dos características fundamentales para el escritor: el espíritu mercurial, leve, aéreo, desenvuelto, ágil; y el espíritu de Vulcano, introspectivo, concentrado, metódico. “La concentración y la craftmanship de Vulcano son las condiciones necesarias para escribir las aventuras y las metamorfosis de Mercurio. La movilidad y rapidez de Mercurio son las condiciones necesarias para que los esfuerzos interminables de Vulcano sean portadores de significado”[8].

La exactitud es el eje sobre el que giran las otras cualidades que Calvino aprecia y persigue como aspiración obsesiva y que él justamente simboliza, tomada de la mitología egipcia, con la diosa de la balanza: Maat. Que el escritor italiano haya nacido bajo el signo de Libra, que este capítulo se encuentre a mitad del libro, que haya sido planeada como la conferencia intermedia entre la levedad y rapidez y la visibilidad y multiplicidad, no son, seguramente, cosas del azar. Tampoco lo es el hecho de que haya sido la única característica que Calvino definió puntualmente. “Exactitud quiere decir para mí sobre todo tres cosas: 1) un diseño de la obra bien definido y bien calculado; 2) la evocación de imágenes nítidas, incisivas, memorables; 3) un lenguaje lo más preciso posible como léxico y como expresión de los matices del pensamiento y la imaginación”.[9]

Y comienza su explicación partiendo de la vaguedad, no como el punto opuesto a la precisión. Expresar lo indeterminado, los confuso, lo incierto requiere de la minuciosidad de la descripción atenta, precisa, meticulosa: de nuevo la complementariedad entre Vulcano y Mercurio: “El poeta de lo vago puede ser sólo el poeta de la precisión, que sabe captar la sensación más sutil con ojos, oídos, manos rápidos y seguros”[10] . La tensión entre opuestos, siempre está presente a lo largo de sus conferencias, y en ésta en particular se traduce en la presencia del cristal (imagen invariable, de regularidad de estructuras específicas) frente a la llama (imagen de constancia de una forma global exterior, a pesar de la incesante agitación interna): no importa cuál sea la naturaleza de cada quien, sus preferencias en el acto creativo, siempre y cuando se tenga presente esa otra parte que le da sentido a la existencia de nuestra visión del mundo, como el otro extremo que nos mueve hacia el punto de equilibrio.

Para Calvino visibilidad es el repertorio posible de la imaginación. En este mundo saturado de imágenes dadas, expuestas por todas partes, él ve como fundamental preservar la capacidad de mirar con los ojos cerrados, pensar con imágenes sin tener que recurrir a las formas establecidas por el universo icónico que nos apabulla y que , tal como ocurre con el lenguaje, trivializa, desgasta la imagen a través de su repetición. La imaginación visual en literatura se alimenta de la atenta observación del mundo real, de su transfiguración onírica y de los procesos de interiorización de la experiencia sensible que se traducen en la verabalización del pensamiento, sus imágenes y sus fantasías. En la escritura “exterioridad e interioridad, mundo y yo, experiencia y fantasía, aparecen compuestas de la misma materia verbal; las visiones polimorfas de los ojos y del alma se encuentran contenidas en líneas uniformes de caracteres minúsculos o mayúsculos, de puntos, de comas, de paréntesis, páginas de signos alineados, apretados como granos de arena, representan el espectáculo abigarrado del mundo en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto”[11].

Finalmente, la multiplicidad como red infinita de conexiones entre los hechos, las personas y las cosas es la última característica que Calvino apunta como imprescindible para la literatura del milenio que él ya no vio nacer. La multiplicación de los posibles como eco de la combinatoria de experiencias individuales: “Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un muestrario de estilos donde todo se puede mezclar continuamente y reordenar de todas las formas posibles”[12].

El humor es el gran ausente en estos escritos. Tal vez porque no era una cualidad que le era “cara” en su oficio. Lo cierto es que, según el prólogo de la edición de 1998, Calvino había pensado incluir una conferencia relativa a la comicidad, ¿por qué la desechó en sus manuscritos finales? Nadie podrá saberlo. De cualquier forma, la ironía es un elemento calviniano característico que, sin mucho esfuerzo, nos deja la sonrisa como último gesto.

© Mónica Sánchez Escuer

[1] Italo Calvino, Seis propuestas para el próximo milenio, Ed. Siruela, 1998
[2] p.17
[3] p. 30
[4] p. 31
[5] p.49
[6] p.58
[7] p.61
[8] p.65
[9] p.68
[10] p.71
[11] p. 104
[12] p. 124

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