Las historias de José Revueltas desentierran muertos y vivos que ya han muerto sin saberlo, que rasgan las páginas con su áspera presencia y. al leerlos, nos raspan el aliento.
La realidad es observada desde la aguda lente de un instigador de conciencias. Y, sin embargo, en la mirada literaria de Revueltas, no se advierte el movimiento ondulatorio de alguna bandera ideológica. Sólo, eso sí, su descarnado desencanto ante una sociedad sin respuestas, y lo que es aún peor, sin preguntas. La angustia, la soledad, la desesperanza y la brutal impotencia son sentimientos comunes en sus personajes atravesados por las paradojas de la existencia.
El universo literario de Revueltas es amplio, nunca circunscrito a las fronteras nacionales porque no hay patriotismos en el dolor humano. Escenarios tan diversos como un pantano en Oriente, una ciudad europea ocupada por los nazis, un puerto, o cualquier pueblo mexicano, son el marco narrativo donde el lenguaje es no sólo vehículo sino protagonista de la relación del hombre con todas sus muertes: la muerte del sueño, esa lenta, acallada agonía de morir viviendo; la muerte del tiempo, cuando los relojes ya no marcan la diferencia entre el día y la noche; las muertes del cuerpo; la muerte de la muerte.
Claro, preciso, Revueltas se revela ante las metáforas fáciles y encuentra una vía muy particular de enfrentar el lenguaje con el mundo -y de enfrentarse al mundo con él-. Metonimias, oposiciones inusitadas, frases que refuerzan el sórdido ambiente y que, no obstante, podrían, por su implacable y extraña belleza, formar parte de algún texto diametralmente distinto a los que su punzante pluma nos acostumbró. El lenguaje de Revueltas es directo, lacónico, hiriente y, sin embargo, poético.
Los cuentos de Dormir en tierra no siguen una línea recta; recorren curvas pronunciadas, precipicios, saltan de un camino a otro, cruzan en segundos la eternidad torciendo las flechas del tiempo.
Prostitutas, viudas, niñas malditas, mujeres víctima, no son nunca comunes y corrientes; prodigiosas en el arte de la inocencia, unas; atroces maestras en los dulces guiños del extravío, otras. Las mujeres son las protagonistas, aún detrás de la cortina; delante del moribundo: “su hermana le tocó la frente con la mano húmeda”; la joven muerta, las hermanas enemigas, la vieja Aquilina, la mujer que llevó al marinero a dormir en tierra. Todas en el centro de las páginas trazadas con una mano adolorida.
La muerte, el lenguaje y la tierra son los vértices del raro triángulo que atraviesa cada una de estas insólitas narraciones. La tierra como puerto seguro, paraíso perdido, arena firme, es sólo búsqueda, horizonte imposible; pero es, sobre todo, tumba de esperanzas y de sueños. Las palabras que se dicen, las que se callan o no se escuchan, y aquellas que no se saben pronunciar, van tejiendo nudos en los personajes hasta desterrarlos del lenguaje. La muerte surca todos los argumentos con la presencia invariable de algún difunto, un moribundo o algún cuerpo inerte que determina el fatal o crudo desenlace de las historias.
Revueltas, en sus páginas, permanece como uno de tantos sabios esqueletos que nos miran desde las entrañas del suelo y nos invitan a dormir en tierra.
© Mónica Sánchez Escuer
me encanta!! un abrazo, mujer! Blessings to you!!
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